Por Alejandra Gajardo Toesca
Hace un tiempo, conocí a un hombre del lado oriental del mundo, que decía que tanto hombres como mujeres tenemos -o deberíamos tener- cerca de un 50% de energía masculina y un 50% de energía femenina. Un poquito más o un poco menos de cada lado, en la mayoría de los casos de acuerdo al género; sin importar la identidad ni la orientación sexual.
Nunca lo olvidé, porque lo decía tan lindo y tan claro, y tan reflejado en su forma de ser. Por ejemplo, me contó que era tan grande su deseo de participar en la crianza de sus niños, que cuando éstos eran muy pequeños los ponía en su pecho, y ellos succionaban y se quedaban tranquilos. Llegó a sentirr que algo extraían de ahí, y sin duda, sintió que el vínculo se hacía más íntimo.
Yin Yang
Estos dos términos son usados para referirse a dos fuerzas fundamentales, opuestas y complementarias. En nuestra cultura, cuando se habla de energía femenina (yin), nos referimos a características como la capacidad de contener y de nutrir, a la sensibilidad, la capacidad de sentirnos uno con el entorno, de fluir, etc. Y la energía masculina (yang) alude a la capacidad de planificar, de perseverar, de concretar, de crear, de proteger, etc. No busco exactitud en los términos, sólo referirme a la forma en que la mayoría lo entendemos.
Diciéndolo de otra manera, lo masculino engloba todas aquellas capacidades que nos permiten salir al mundo y sobrevivir en él (cazar y enfocarse esencialmente), y lo femenino como todo aquello que permite sostener el hogar (múltiples actividades entre las cuales se incluye el vínculo con las crías).
Cambios acelerados
Lo masculino asociado a emprender y lo femenino a sostener. Acciones que han sido parte de nuestra existencia desde mucho antes de que nacieran las civilizaciones y la escritura, es decir, unos 100.000 años atrás. Por eso, esta diferenciación entre lo femenino y lo masculino tiene tanta fuerza, aunque ambas energías están dentro de cada uno de nosotros.
En los últimos años, nuestra sociedad ha estado cambiando a gran velocidad. Hemos podido ver, cómo no sólo en los hombres, sino también en las mujeres, nuestros aspectos femeninos han sido silenciados, y muchas veces aplastados por los aspectos masculinos.
Las consecuencias
La consecuencia de ello, es que ambos polos, al no coexistir con la presencia del otro, se distorsionan. Por lo tanto, nos encontramos con la vulnerabilidad aplastada por la competencia agresiva. Y cuando miramos este proceso desde nuestra perspectiva interior, observamos como la capacidad de sentirnos parte de un todo está siendo reemplazada por un fuerte sentimiento de soledad. No olvidemos que no estamos hablando de hombres contra mujeres. Se trata de la falta de integración de lo femenino y lo masculino, dentro de todos nosotros.
Alguien podría decir que, sin embargo, las mujeres somos cada vez más protagonistas. Superficialmente así parece, pero para entrar al mundo hemos tenido que sacrificar nuestros aspectos femeninos, tal cual lo han tenido que hacer durante siglos los hombres. Para todos el cambio ha sido muy duro, y demasiado rápido para alcanzar a adaptarnos de una manera que permita la integración con sabiduría de lo femenino y lo masculino, lo que significaría una verdadera evolución.
Nos encontramos entonces, con mujeres que han entrado al mundo “masculino” sin poder soltar el femenino porque no hay nadie para realizar esas labores en casa. Los hombres siguen en el mundo laboral, e intentan pasar más tiempo en el hogar pero tienen siglos grabados en sus genes de desconexión con las emociones (fue necesario). A la consecuencia de ello, le llamo “Ausencia de padre”, algo que tristemente veo demasiado en la consulta (y en el mundo).
A grandes rasgos, el resultado de este panorama es:
- Hombres ausentes, angustiados, bloqueados y confundidos porque, cuando se dan cuenta de lo que les está pasando (hace tiempo ya que está surgiendo esa conciencia), no saben qué hacer.
- Mujeres sobrepasadas, solas, deprimidas.
- Niños abandonados que no están siendo educados en el sentimiento.
- Y, en general, grandes problemas de salud mental.
La gran belleza en este panorama que parece desalentador, es que cuando se empieza a hablar, reflexionar y estudiar un fenómeno es porque el cambio ya comenzó. Cuando se hace consciente el dolor es porque ya no estamos queriendo ese dolor.
Ya existe una semilla de cambio. Se huele y se observa por todos lados. No tengamos miedo a dejar volar nuestros aspectos femeninos.
Como dice Rumi, poeta sufi del siglo 13:
“No apartes los ojos.
Rumi
Mantén tu mirada sobre la herida vendada.
Por ahí entra la luz”